
Hay momentos del año en que las ciudades cambian por fuera y también por dentro.
En Zaragoza se da esta circunstancia de forma muy especial en dos ocasiones: las Fiestas del Pilar y la semana santa, y en este momento tratare de acercarnos a la segunda. Aún así, somos conscientes de que ninguna palabra escrita se puede comparar con las emociones que la semana santa genera en Zaragoza.
De su atractivo como destino habla el hecho de ser Fiesta de Interés Turístico Nacional. De su aliciente histórico, el testimonio de más de siete siglos. Sus más de 15.000 cofrades, los aproximadamente 7.000 tambores y bombos, las 24 cofradías, 49 procesiones y 48 riquísimos pasos, dan una buena idea del fervor social que esta manifestación religiosa y cultural despierta en la ciudad.
Muchos factores hacen de la semana santa en Zaragoza un tiempo especial, colectivo a la vez que íntimo, estruendoso y callado. Peculiar, sagrado, tradicional. Espiritual. Vestimentas tan propias como el tercerol, la recuperación de matracas y carracas, el canto de la jota acompañado de percusión, o el empleo del tambor del Bajo Aragón como instrumento predominante, multitudinario, atronador y místico, son algunas de sus singularidades.
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